domingo, 30 de diciembre de 2012

Las vueltas de la vida...


"Qué melancolía" Pensaba y se decía a sí mismo aquel viejo hombre, al pasar por la plaza que había formado gran parte de su infancia.
-He vivido aquí desde que tengo memoria. Luego tuve que mudarme por cuestiones de trabajo y ahora que vuelvo aquí, me encuentro con eso...
-¿De qué hablas abuelo?-Preguntó la nieta con desconcierto.
-De la plaza hablo, de las hamacas, de volar.
-¿Pero cómo es eso? ¿Qué estás diciendo?
-Digo que cuando era chico, venía a este sitio todos los días. Te digo que cuando corría hacia las hamacas, y las palomas se desprendían del suelo a la par de mis pasos, comenzaba a sentir cierto éxtasis en lo profundo de mi ser. Te digo, que cuando la hamaca comenzaba a hacer lo suyo, a medida que tomaba velocidad y no sentía más los pies sobre el piso, era más que solo mi mente la que realmente volaba. Digo que en esas hamacas, que ahora ya no están, yo logré experimentar la primera sensación de libertad, y la más gratificante hasta ahora. Pero deja, soy un viejo y de seguro te estaré aburriendo con todas estas cosas...

La nieta se quedó callada y siguieron caminando hasta llegar a la casa. Cuando el viejo logró reconocerla, no pudo evitar el caer en el llanto y la emoción. Lloraba en silencio, pero con sentimiento. La muchacha intentó consolarlo un poco y luego, los dos, se sacaron una foto junto a la casa. Una foto en blanco y negra, porque ambos sostenían la idea de que en esas fotos era en donde realmente se reflejaba la realidad, en donde se podía contemplar cada detalle, cada rasgo de la foto, la esencia en sí de lo que se quería demostrar.

Una madrugada, la chica se despertó escuchando al anciano, lamentándose por no poder volver a ver aquellas hamacas. No era solo el no volver a verlas o sentirlas, era también porque ningún otro niño iba a poder experimentar la sensación de éxtasis que él había sentido en su momento, era el saber que nadie más iba a poder ser tan feliz como él lo había sido.

Conforme pasaban los meses, el anciano se iba enfermando cada vez más, ya que tenía una enfermedad letal. De a poco, pero no tan poco para la nieta, iba perdiendo la capacidad de  de caminar. Se perdía en el tiempo y a veces, hasta deliraba.
Un día de sol en el que el cielo se veía realmente azul y ni una nube asechaba por el horizonte, la muchacha decidió que era momento de salir, y ayudando al viejo, de a poco y con paciencia lograron atravesar esas dos interminables cuadras hasta llegar a la plaza.

Una vez ahí, el abuelo notó que estaba lleno de chicos jugando, que había juegos, pero por sobre todo, notó que habían vuelto las hamacas. Durante un pequeño instante, no lo pudo creer y creyendo haber caído en el delirio, le preguntó a la nieta qué era lo que estaba sucediendo. Ella comentó que había hablado con los vecinos de la zona y entre todos se habían puesto de acuerdo en darle algo de alegría al barrio, con lo que decidieron recaudar fondos entre todos y restaurar la pequeña plaza.
El viejo atinó a abrazarla, y ambos esbozaron lágrimas de felicidad. Luego el anciano, de a poco, se fue acercando hacia las hamacas, y se veían las palomas, volando despavoridas, como si danzaran, al paso del viejo. De a poco, iba sintiendo el éxtasis, de a poco se fue dejando llevar y una vez que la hamaca, tomó cierta velocidad, el anciano pudo volver a sentirse volar.

[Finalmente, voy a dedicarle esto a mi abuelo, que fue quien me inspiró, 
y espero que se encuentre bien, volando donde sea que esté volando ahora.] 

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