martes, 5 de marzo de 2013

Mandala

Estaba ahí.
Miraba fijo la luz verde encendida una vez más, con la esperanza de que llegara a hablarme.
El sonido de las demás personas hablándome me inquietaba, me distraía e incomodaba, pero siempre volvía al mismo lugar, a las mismas voces y los mismos sonidos, con la esperanza de que llegue el momento en que se de vuelta, me salude y quizás vuelva a abrazarme.
Sentir su piel suave otra vez, fría y cálida al mismo tiempo. Una armoniosa combinación de sensaciones, como un mandala, un perfecto equilibrio.

De repente, aborrezco otra vez la pequeña obsesión que creaste en mi esa noche, una noche de transparencias.
Te vi llegar y casi desde el primer momento te noté tan claro como el cristal de la copa de vino que sostenías. Aún cuando el resto de la gente ignoraba lo que pasaba, yo solo podía mirarte, contemplar la imagen y advertir que algo no funcionaba, aunque al mismo tiempo, no lograba descifrar qué era lo que andaba mal.
Quizás eso me atraiga. Quizás sea eso lo que aún me mantiene atada a vos.
Sentir que te entiendo pero que seas tan indescifrable, creer que puedo hacerte bien sin conocerte. Porque cuando más intento alejarme o fingir que no me importa que estés ahí, es cuando más te pienso.



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