domingo, 12 de junio de 2016

Salimos en todos los diarios

(porque en ese momento la tv no existía)

Alejarme del  mundo me hace bien. No es que realmente me vaya, pero es otro aire.
Mi abuela me contó su vida y me di cuenta de que mi realidad, comparada con la suya o la de mis padres, no es para nada trágica.
Me llenó el pecho de dolor a un punto en el que realmente necesitaba explotar o morir. Escuché sus historias durante tres horas seguidas, hasta la última palabra que tuvo para decir, que sonaba a despedida.
Me contó cómo vio morir a muchos de sus amigos y familiares, incluso desde sus cortos 9años de vida, cuando estaba paseando en una camioneta, que desbarrancó y aplastó a su primita de 7.
-Qué triste cuando alguien se va- Me dijo y repitió un par de veces más.
Qué triste.
Me sumergí tanto en sus historias que me desmayaba y me perdí en la oscuridad. Como ya estaba acostada, decidí no resistir y dejarme ir. De repente, sumida en la profunda oscuridad, como  para no seguir cayendo, escuché su voz que me llamaba y me decía
"Estoy llena de recuerdos, alegres y tristes, todos los recuerdos alegres, están salpicados de tristeza, y los tristes de felicidad."
Y al final, no solo me llenó el pecho de nudos asquerosos, si no que también me dio mucha motivación.
No existe luz sin oscuridad, y hay que aprender a vivir las dos.
Los ojos se me mojaron, pero no fui capaz de expulsar ni una sola lágrima aunque realmente lo deseaba.

Ojalá pudiera sacar todo este dolor con color.

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