martes, 1 de marzo de 2011

La señora Smithson, de Londres, resolvió matar a su marido, no por nada, sino porque estaba harta de él después de cincuenta años de matrimonio.
Se lo dijo:
-Thaddeus, voy a matarte.
-Bromeas Euphemia- se rió el infeliz.
-¿Cuándo he bromeado yo?
-Nunca, es verdad.
-¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio?
-¿Y como me mataras?- siguió riendo Thaddeus Smithson.
-Todavía no lo se. Quizás poniéndote todos los días una pequeña dosis de arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera, aprovechare cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata, conectare a la bañera un cable de electricidad. Ya veremos.

El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito. Enfermó del corazón, del sistema nervioso y de la cabeza. Seis meses después, falleció.

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