lunes, 5 de agosto de 2013

Namaste, Len

Caminaba por la calle una noche oscura sin luna ni estrellas, bajo las arboledas inmensas que cubren gran parte de los bosques de Palermo, cuando lo vi, perdido, cabizbajo, con una sonrisa cansada y ojos tristes al tacto.
Lo primero que atiné a hacer, fue acercarme a él. A pesar de no conocerlo, sentí al verlo y aún más fuerte a medida que me acercaba, que ya lo conocía, quizás de un sueño, quizás de otra vida, no lo sé ni creo saberlo en algún momento, pero sentía que algo ya nos había conectado en un pasado.
Miré alrededor pero no se veía nadie a lo lejos, ni un alma solitaria, solo nosotros dos, vaya uno a saber por qué, qué hecho insólito había hecho que nos crucemos esa noche, en ese lugar, pero ahí estábamos.
Cada paso que daba sentía que se iba iluminando un poco más el pequeño camino hecho con piedras, con árboles a sus costados y pequeños faroles, que vaya uno a saber por qué, esa noche estaban apagados. Todos apagados, exceptuando el que se encontraba encima de él, su pequeña aura era lo único iluminado esa noche, al menos, hasta el momento.
 El pequeño sendero parecía un sueño, estaba todo ambientado a la época otoñal, que ya casi comenzaba, los tonos que derivaban desde amarillo rojizo hasta el marrón oscuro, y el colchón de hojas en el piso, hacían que el ambiente emanara cierta paz por si mismo, como si todas esas hojas muertas, antes de morir desearan mostrar lo mejor de ellas al caer y no hicieran más que dejar ver su esbelta belleza de varias tonalidades con una paz emanante de vaya uno a saber dónde y su infinidad de colores.
El chico desconocido, me divisó y sus ojos empezaron a brillar de repente, como si me conociera de algún lado, como si hubiera percibido lo mismo que yo al verlo.
El viento soplaba cada vez más fuerte, y su pelo se movía con él, al ritmo de las hojas y las ramas de los árboles que allí se encontraban, se arregló un poco el cabello con la mano y luego hizo un gesto de saludo, pero se quedó en el lugar, como esperando a que fuera yo la que se acercara.
No lo dudé y empezé a caminar cada vez más rápido, temiendo que en cualquier segundo, haya algo que nos hiciera desaparecer del mundo y ya no pueda divisarlo más.
De repente, como si hubiera sido premonición, el chico volteó la cabeza hacia un costado y cuando volvió a mirar, sólo me dijo "Namaste Lën", con una voz calmada y que sonaba a color.
Automáticamente después de eso, empezó a correr hacia el lado opuesto de mi, desapareciendo en la oscuridad, de a poco, porque cada paso que daba, iba dejando una marca de luz, como las hojas cuando caen. Esas hojas otoñales que cuando caen, parecen querer dejar lo mejor de ellas, emanando cierta luz, paz y calidés. 

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